lunes, 25 de febrero de 2008
ASISTENCIA A LA EUCARISTIA
DE LA ASISTENCIA A LA EUCARISTIA
(Manual de Urbanidad. Escrito por la Sierva de Dios).
La Eucaristía es la reproducción continua e incruenta del Sacrificio sangriento que de sí hizo Jesucristo en el árbol santo de la Cruz; ofreciéndose al eterno Padre como víctima por los pecados del mundo, pues la Hostia de la Cruz y del altar es una misma y el mismo también el Sacerdote de la ley de gracia que no es más que su ministro visible, encargado por el Salvador de inmolar el Cordero de Dios, cuya sangre borra los pecados del mundo.
Entre los cristianos nadie debe ignorar ser un dogma de nuestra fe, que la Eucaristía es un sacrificio real y verdadero por haberlo así definido el Tridentino, en el canon 1o. de la citada sesión XXII, por estas palabras: "Si alguno dijere que en la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio, sea excomulgado". Este sacrificio se ofrece al Señor por toda la redondez de la tierra y contiene en sí más perfecto valor y mérito que todos los de la antigua alianza que dejaron de existir desde que apareció el de Jesucristo, del cual aquellos sólo son símbolo y figura.
Las religiosas deben ser solícitas en asistir diariamente a la Santa Misa, pues no daría prueba de buen espíritu aquella que, teniéndola en casa, la dejase de oír, a no ser que alguna causa grave, aprobada por la superiora, se lo impida.
La santidad que encierra el augusto Sacrificio exige que se asista a su celebración con toda la devoción y recogimiento posible, evitándose todos aquellos defectos de que ya hablamos al tratar del rezo del oficio y demás oraciones vocales, defectos que hacen perder la reverencia debida a la obra de Dios, y que de cometerlos, nos pondrían en peligro de incurrir en aquel anatema fulminado en los libros santos: "maldito el que hace la obra de Dios con negligencia".
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